Expresiones cotidianas que alimentan tu estrés

Hablar por hablar

Por la boca muere el pez y también el humano. Si nos detenemos a escuchar algunas de las expresiones que salen por nuestras bocazas en relación al estrés y sus circunstancias, pronto descubrimos que hay mucha necedad salpimentada con ignorancia y consignas culturales perversas.

Teniendo en cuenta que la ruta que conduce a la calma, la serenidad y la paz interior es un camino de desapego, simplificación y limpieza, vamos a tratar de erradicar del espacio mental las palabras necias y los pensamientos absurdos.

Las expresiones y comportamientos que fomenten y mantengan el estrés crónico empeorando la situación van a tener una purga rigurosa e inmisericorde. Para esta necesaria depuración, he seleccionado varios mensajes tan tontos como habituales.

“Siempre en ON”

Que pase al estrado el primer acusado: “Siempre en ON”.

El primero de ellos se lo dedico a un buen amigo al que quiero mucho que tiene como lema personal: “siempre en ON”. Se lo he dicho muchas veces: como lema profesional puede valer, ya que transmite la imagen de una persona activa, trabajadora y diligente.

Desde el punto de vista de la gestión positiva del estrés y de sus valores de referencia, véase congruencia, sensatez y ecología del sistema, la expresión “siempre en ON” es una invitación al petardazo en diferido. Si andamos siempre en ON, y nunca encendemos el OFF, sencillamente reventamos por sobrecalentamiento del sistema. Seguro.

Si repetimos muchas veces un mensaje, este termina por interiorizarse. Si me repito cien veces frente al espejo “soy tonto”, al final acabaré creyéndome tonto perdido y sin posibilidad de redención.

Hay gente que no está en OFF ni cuando duerme, ni en vacaciones, ni cuando come, ni cuando está en la playa panza arriba. Si siempre estás en ON terminarás achicharrado y oliendo a chamusquina. Imagínate los peligros que esto conlleva: agotamiento, fatiga crónica, insomnio, envejecimiento prematuro, deterioro cognitivo y ralladura mental.

Dicho esto, la expresión es condenada a cadena perpetua en el desierto de Atacama o en cualquier lugar del que no sea fácil volver a pie.

“Vivo apagando fuegos”

Que suba al estrado la segunda expresión: “Vivo apagando fuegos”.

Hay muchas personas que tienen una enfermiza relación con el fuego. Siempre “on fire”, “echando humo” y “apagando fuegos”.

Con similar sentido, podemos escuchar expresiones que denotan agobio y velocidad: “que pare quien tenga frenos”, “voy todo el día como una moto” o “atacado de los nervios”.

El antídoto para esta absurda manera de vivir ya te lo puedes imaginar: aprender a parar. ¡Para hombre, o mujer! ¡Para! ¡Para! Siéntate, siéntete y respira. ¡Para! No seas tonto. ¿Dónde vas tan rápido? ¿Qué se te ha perdido? ¿La sensatez acaso?

Detrás de este mensaje corrupto se agazapa una inercia cultural muy de nuestro tiempo y nuestra cultura: la fascinación por la velocidad y las luces de colores en perpetuo movimiento.

¿Y dónde queda el placer del silencio, la alegría que brota de la calma, el sosiego que emerge de la lentitud o la perspectiva que da el “dolce far niente”? Quemado en el fuego, seguro. Es lo que tiene nuestro ígneo elemento: que todo lo achicharra.

Si vives apagando fuegos, aprende a parar, enfriar los sofocos y gestionar mejor el tiempo. Utiliza más el agua como elemento y el silencio como alimento. Como dijo un hombre sabio, “si no puedes mejorar el silencio, cállate la boca”.

Pon esto en práctica y verás que, en realidad, no hay tantos fuegos que apagar, que aparecen de uno en uno y de vez en cuando. Si decides seguir apagando fuegos, a lo mejor tienes vocación de bombero o pirómano, o tienes un ego al que le gusta darse importancia con la ilusión del riesgo.

“Esto lo quiero para antes de ayer”

Que suba la siguiente tontería al estrado. “Esto lo quiero para antes de ayer”.

Reconozco que a esta expresión le tengo una manía especial. Cuando trabajaba de Director Creativo hace ya muchos años, la escuchaba casi a diario. Algunos ejecutivos y directores de cuentas, cuando me hacían un encargo, solían tratar de meterme presión diciendo la estúpida frase: “esto lo quiero para antes de ayer”.

La maldita frase sigue teniendo muchos usuarios. Lo que se repite mucho, termina arraigando, del mismo modo que lo que no se usa, languidece. Ley de vida.

Diseccionemos la absurda frase y miremos en sus tripas. A lo mejor encontramos algo de tontuna relacionada con nuestra torpe manera de relacionarnos con el tiempo.

Seamos claros. Lo que me pides para antes de ayer es sencillamente imposible. Ayer y antes de ayer ya pasaron. Tan sólo existe el aquí y ahora.

Aclarado lo esencial, vayamos a las consecuencias ocultas de la absurda expresión. Como estudioso de la creatividad, la primera consecuencia horrorosa de esta muletilla lingüística es la de dinamitar el proceso creativo, con sus fases y sus cosas: preparación, incubación, iluminación, evaluación y elaboración.

Si queremos hacer bien las cosas, necesitamos encauzar cada trabajo hacia un proceso para que avance por buen camino y tenga posibilidades de llegar a buen puerto. El “lo quiero para antes de ayer” elimina el proceso creativo y sus fases de raíz. Simplemente no se les deja el espacio y el tiempo necesarios para que respiren y avancen.

La segunda consecuencia negativa de la absurda expresión es que mete presión innecesaria a algo que ya viene sobrecargado de tensión y estrés. Si además de la frasecita, añadimos un “nos jugamos mucho frente al cliente”, tenemos servida la tormenta perfecta.

El receptor de los mensajes puede entrar directamente en colapso mental. En tal caso la creatividad se marchita antes de nacer y la productividad y la eficacia mueren por estupidez.

“Mi vida es muy complicada”

Que suba al estrado el último acusado del día. “Mi vida es muy complicada”.

Esta frase, habitual como pocas, nos invita también a una reflexión con criterios de sensatez. La solución flota en el aire y está al alcance de todos: Si tu vida está muy complicada, simplifícala. Así de sencillo.

Aceptemos de entrada que la vida de nuestro tiempo puede ser complicada, que nuestra cultura occidental invita a la complejidad y a la sobrecarga para alcanzar y mantener el Shangri-La del estado del bienestar.

Aceptemos también que vivimos en una cultura que preconiza el “más madera” y la ambición desmedida. Vivimos rodeados de “ansia viva” y pirámides de poder ocultas que nos tratan de seducir con sus cantos de sirena.

Si nos dejamos llevar por tanto mensaje pervertido de codicia, nos deslizamos sin remedio por el tobogán de la complicación. Inevitablemente llegará, tarde o temprano, una de sus consecuencias lógicas: estrés crónico con su cohorte de acompañantes: ansiedad, fatiga, insomnio y somatizaciones varias. ¡Marchando una de mal rollo!

Dicen los expertos en crisis personales que uno de los pasos a dar cuando la situación se pone chunga es minimizar los daños. Esta invitación a minimizar los daños incluye la idea de no meterse en más problemas de los que ya tenemos.

Por aquí van los tiros. Si tu vida está muy complicada, simplifica, no te metas es más problemas, vete a tu centro, mantén la calma y preserva las relaciones importantes. Si haces esto, tienes muchas posibilidades de salir reforzado de la crisis. En caso contrario, que no te extrañe que las aguas revueltas te golpeen contra las rocas.

Como podrás comprobar, después de este juicio sumario he condenado al ostracismo a estas expresiones en legítima defensa. Si las mantengo vivas, me llevan al abismo. Si las destierro, me aligeran la mochila.

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